viernes, 18 de noviembre de 2011

APRENDER A CONDUCIR "A UNA CIERTA EDAD" *

Al hilo del hilo que han colgado en la sección Respuestas de Motorpasión sobre a qué edad debería retirarse el permiso de conducir (si no le habéis echado un ojo, hacedlo por favor, que hay algunos planteamientos impagables – el primero, el del lector que inicia el debate) me ha venido a la cabeza una anécdota muy repetida en la formación de conductores.
Veréis, os explico un detalle. No sé por qué, pero por mis manos ya hace tiempo que pasan más futuros conductores de una cierta edad (futuras conductoras salvo alguna excepción, para ser precisos) que locuelos chavalines a punto de abrirse camino por la vida, aunque a estos también los formo, claro. Y el caso es que los mayores suelen plantear algunas especificidades que no dejan de ser curiosas.
Cualquiera con dos dedos de frente pensará que las capacidades psicofísicas de una persona, a según qué edades, ya van de bajada, por lo que coordinar las ideas con los movimientos puede costarles lo que no está escrito.
Y tendrán razón quienes así piensen, aunque para contrarrestar ese problemilla basta con calcular que su tiempo de reacción será algo mayor de lo normal. En mi caso, como soy un poco animalico, intento además que estas buenas personas que caen en mis manos recuperen un poquito de reflejos, así que les marco el ritmo como un sargento chusquero que les diera instrucción. Normalmente no hay mayor problema, saben por qué lo hago.
No, no el de los reflejos no es el mayor de los problemas.
“La indecisión“, dirá otro. Con la edad, las personas tienden a aturullarse y acaban por liarse, de manera que no atinan con las complicadas situaciones que les depara el tráfico.
Bien, es cierto que con la edad la concentración se suele ir de excursión y que las cosas nuevas cuestan de comprender, y más si se juntan todas a la vez. Pero ese problemilla no es nada que una buena libreta, un boli que escriba, unas técnicas adecuadas y unas cuantas toneladas de paciencia no puedan resolver. Ah, y mucho interés por parte de la persona que está aprendiendo, claro, que también eso es primordial.
Así pues, lo de la indecisión tiene sencillo remedio.
Lo que en realidad tira para atrás a muchas personas es el miedo. No el miedo específico a conducir, no. El miedo, sin más. El miedo a perder algo si tienen un problema al volante, un miedo que los jóvenes no sufren de igual manera porque al no haber vivido tanto no sienten que tengan tanto que perder. Sencillamente no tienen tanta conciencia de riesgo, una conciencia de riesgo que a los mayores les sobra.
Si además la persona en cuestión, normalmente de género femenino y ya entrada en años, ha tenido la mala suerte de vivir junto a uno de esos cafres que durante tantos años se han estilado en nuestro país, el miedo se mezcla con la falta de autoestima, y eso sí que cuesta de remontar. Ahí sí que hace falta mucha, mucha paciencia por parte de todos, y la firme convicción de que la motivación es vital para el aprendizaje… y para vivir.
Además, y curiosamente, uno de los mayores problemas que se encuentran los futuros conductores de una cierta edad, ligado de forma permanente al miedo como si fuera la cara oculta de la luna, es la testarudez. Por mucho que les digas cómo se hacen las cosas, tiran al monte cual cabra campestre porque están ya acostumbrados a toda una vida de hacer de su capa un sayo, y cambiar eso cuesta un riñón y parte del otro. A veces es hasta divertido ver cómo pasan de uno, máxime porque sé que con el tiempo las aguas vuelven al cauce… convenientemente redirigidas, claro.
No, no les es nada fácil. Y a estas personas las admiro por su coraje, pero…
Un consejo para jóvenes que no se plantean lo de aprender a conducir: mejor ahora que más tarde, que la vida da muchas vueltas y no se sabe cómo acabará, y no lo digo sólo yo: lo dicen mis alumnas de una cierta edad con el regusto agridulce que da el triunfo de obtener el permiso… tras haber pasado tantos apuros.

* Fuente: Revista Circula Seguro

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