Posted: 08 Jul 2012 02:07 AM PDT
La ley dice que los niños son niños hasta los 18 años, pero mucho tiempo antes de que ese niño alcanzara el estatus de adulto, lanzó una piedra enorme desde lo alto de un puente sobre un coche que circulaba por la carretera. Mató a uno de los ocupantes, un hombre de 59 años que viajaba con su hija. Sucedió en Murcia y la víctima fue un ciudadano francés residente en Madrid que pasaba por allí.
El caso es uno más en una cadena que cíclicamente vuelve a los medios, y que tiene que ver tanto con la educación vial como con la educación, a secas. La última vez fue con ocasión de una niña de 14 años que lanzaba naranjas contra los coches en Castellón. Entonces las consecuencias fueron un susto enorme y daños materiales. Algo parecido ocurrió el año pasado con las piedras arrojadas por los niños desde algunos puentes de Murcia y Almería. Sustos, sólo sustos. Ahora el susto se ha transformado en muerte. No es la primera vez que sucede, y el problema sigue igual de vivo.
Cuenta Juan Antonio Carreras (Carris) que tiempo ha la barrera en la que se consideraba si un menor era o no responsable de quitar la vida a otra persona estaba en los 12 años. Por debajo de esa edad no era responsable, de 12 a 16 se le aplicaba la ley de menores y a partir de los 16 se le trataba como a un adulto. Ahora se ha elevado el listón y la Ley de Responsabilidad Penal de Menores afecta a los mayores de 14 años. De la muerte responderán civilmente los padres del niño de 13 años.
¿La solución está en llevar al niño a lo que toda la vida se había denominado “reformatorio”? No. La solución ya no existe para ese ciudadano francés residente en España que ha fallecido ni para sus familiares. Tampoco existe para el niño que ha ocasionado la muerte a otra persona. Ese niño está condenado de por vida, porque al pasar el límite entre la gamberrada y el asesinato ha llegado a un punto que tiene muy difícil marcha atrás. ¿Cómo olvidar que has matado a alguien?
No existe solución para este problema, pero sí que puede existir solución para que otros problemas similares no sucedan jamás. Para que no haya más sustos, simples sustos, que puedan degenerar en algo mucho más grave que un simple susto. Y el primer paso consiste en quitarnos la venda de los ojos y entender que en la carretera un simple susto es un siniestro en potencia.
¿Niños? ¿Adultos? No y no: adolescentes
El siguiente paso se llama educación, aunque esto conviene matizarlo de forma adecuada para evitar escenarios que podrían repercutir en problemas más graves todavía. De un lado, la ley establece unos peldaños extraños que no se reproducen en el resto del entorno del niño. Incluso consideran niño a quien ya no lo es, aunque tampoco es adulto. Es un adolescente, y merece una atención diferenciada de los niños y de los adultos.Por las mismas, el adolescente merece una codificación del mensaje que garantice la verdadera comunicación. Si todos sabemos que la adolescencia es una etapa natural de rebeldía en la que el niño lucha contra todo lo que se le ha impuesto porque está buscando su propia identidad en el mundo, ¿realmente es el momento apropiado para que un profesor similar a los que tuvo durante toda su infancia le venga a contar la diferencia entre el bien y el mal?
Es una pregunta de difícil resolución, y quizá por eso valga la pena retroceder un poco más en el tiempo, cuando el adolescente no era un adolescente sino un niño, un niño de verdad y no lo que la ley entiende por niño. Vayamos, pues, a los tiempos en que el niño es niño, es decir antes de que se le despierten ciertas hormonas y su amor por la contradicción que – una vez más – es natural.
En ese momento de la vida se puede trabajar a fondo la convivencia, el respeto por los demás y la educación vial a fondo. No simplemente en una jornada al año en la que demostrar lo bien que se les da recorrer un circuito, sino una educación vial formal, como una asignatura más, y quizá de las más importantes, porque es de las pocas en las que un suspenso de mayores les puede ocasionar la muerte propia o ajena.
Ah, pero es que las horas lectivas están saturadas ya entre idiomas, ciencias y otras materias troncales que son importantísimas para la formación del niño. Es cierto. Pero tan cierto como que hay más agentes socializadores que la escuela. Antiguamente se decía que eran la familia, la escuela, la religión, los medios de comunicación y los grupos de iguales. Se trata de ver cuáles siguen disponibles a día de hoy, cuáles han cedido espacio a los demás, y actuar en consecuencia.
Al fin y al cabo, compartimos una misma sociedad. ¿O no?
*Fuente: Revista Circula Seguro
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