Posted: 10 Aug 2011 10:30 AM PDT
Cuando nacemos y vamos creciendo poco a poco como bebés, otros guían nuestros pasos y nos enseñan lo que es el bien y el mal. Nuestros padres van inculcando en nosotros esa conciencia de las miles de normas de conducta, de seguridad y normas sociales. Es un proceso largo pero inadvertido al principio, en el que se sientan las bases de nuestro desarrollo.
Está claro que no sabemos nada de seguridad vial porque lo primero que aprendemos es a cuidar de nosotros mismos: o bien nuestros padres o bien la experiencia (“no tocar la plancha porque quema”) nos avisan de las actividades de más riesgo que nos podamos encontrar. Luego viene el momento en el que salimos solos a la calle, ya sea andando o en bicicleta. Y ahí es donde empieza a sonarnos un poco raro lo de la Seguridad Vial, porque entran en juego más actores.
¿A dónde querré llegar hoy? No quiero decir que la educación vial sea contra natura, nada más lejos. Solo que es algo que a priori nos es complicado. ¿Conciencia de los demás? ¿Anticipar las maniobras de otros? ¿No llega con que vaya por mi camino sin hacer “el ganso”? Nuevas normas, algunas de difícil razonamiento inicial (luego te das cuentas de que son lógicas) que lo que parece que hacen es que el camino sea más lento.
Circular seguro es algo que no se consigue a la primera. Es algo que necesita continuo aprendizaje, pero lo más importante es que inicialmente pide ser muy prudente, casi algo opuesto a lo que somos de adolescentes. Me acuerdo cuando tenía 16 años, solía salir mucho en bici y ser muy prudente. Pero un día no lo fui como siempre.
Estaba dentro de un club deportivo, del que saldría en breve para volver a casa en la bicicleta. Como me gustaba correr con la bici, y dentro del recinto había un camino asfaltado bastante majo, decidí apurar la frenada a la salida, pasando al lado de la garita, para salir luego más lentamente y por el arcén. Nada raro, todo bastante controlado.
No pensé que la rueda trasera de la bicicleta pudiese rebotar en el desagüe que cruzaba la puerta, pero así fue y la bicicleta se levantó sobre la delantera, descolocándome un poco y haciendo que saliese hasta la mitad de la carretera sin control. Por esa zona no se iba precisamente despacio, pero hubo suerte y nadie pasó. Sinceramente, se me puso la personalidad de corbata, y me di cuenta que podía haberme hecho mucho daño.
Hoy, 16 años después, conduzco habitualmente y la mayor parte de las veces en autovía o carretera. Tengo un carnet desde enero que me acredita capacitado, soy prudente tanto como puedo, y aún así pienso en lo que me queda por delante cada vez que algo fuera de lo normal pasa a mi alrededor. La verdad es que me acuerdo de aquélla vez en la que no pasó nada (y que aunque parezco el abuelo Cebolleta con las anécdotas, fue cierta, y hubo más con la bicicleta que no me caben ahora) y comparo el control que tenía de la bicicleta entonces con el control que tengo del coche ahora. Y veo que mi yo de 16 años, con todo, gana en la comparación… de momento.
* Fuente: Revista Circula Seguro
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