viernes, 15 de agosto de 2014

Unos pitan mientras otros salvan vidas *


Unos pitan mientras otros salvan vidas
El otro día me conducía hacia un centro comercial que frecuento con relativa frecuencia. No recuerdo que íbamos a hacer… Probablemente mirar aprovechar ofertas. Está a las afueras de la gran ciudad, en una ubicación muy conveniente en el medio de un trayecto que recorro a menudo. La zona suele tener tráfico denso, con colas largas provocadas por un semáforo. Pero el gran atasco que había ese día me sorprendió.
Como os podéis imaginar, lo típico de las retenciones prolongadas. Concierto de claxon y bandazos buscando el carril que parece ir un poquito más rápido. La situación era rara para esa esquina; normalmente el semáforo nos tiene parados durante un minuto, y después avanzamos de golpe mucho. A menudo con el tiempo suficiente para pasar al cabo de sólo uno o dos ciclos. Pero aquél día avanzábamos a trompicones.
Era obvio que pasaba algo raro, diferente. Y no fui consciente de lo que ocurría hasta que estuve a unos cincuenta metros del semáforo. Normalmente lo habría atisbado antes, pero un vehículo de reparto me bloqueaba la visión. Además, la ambulancia tenía las luces apagadas, estaba aparcada, contemplando impertérrita el trabajo de sus ocupantes. Señal que iba a quedarse por allí un buen rato.
Luego vi un coche, parado justo en el semáforo. Las ruedas de delante habían franqueado en un escaso metro la línea de detención. Su extremo posterior, completamente destrozado. Un nivel de daños que sorprende ver en ciudad, en un tramo con diversos semáforos donde la velocidad no es muy elevada.
Unos pitan mientras otros salvan vidas
Las fuerzas del orden dirigían el tráfico por un único carril, a la izquierda de todo. Al acercarme un poco más, pude ver toda todas las astillas de cristal que uno puede esperar en una colisión por alcance. Pero esta vez había algo un poco diferente. Además de cristal y el parachoques desprendido, había una rueda de motocicleta.
Un poco más cerca pude comprobar que, en realidad, había toda una moto descansando en el suelo. ¿Se pararía el coche de forma brusca al cambiar la luz del semáforo y la moto no pudo esquivarlo? ¿A qué velocidad iba para provocar ese destrozo? ¿O quizá ha habido un sandwitch? A juzgar por los daños del coche, el golpe debió ser terrible.
Un policía señaló hacia la izquierda, dándole paso al vehículo que me precedía. Al pasar por al lado, pude ver de reojo como tres o cuatro personas con chaleco amarillo rodeaban a otra que realizaba el movimiento típico de laresucitación cardiopulmonar.
Me vino a la cabeza el breve curso teórico que te hacen los miembros del equipo de prevención de riesgos laborales al entrar en un nuevo puesto de trabajo. 30 compresiones y 2 insuflaciones, a un ritmo de 100 compresiones por minuto. Como es algo bastante cansado, y mantener el ritmo es vital de necesidad, aconsejan que haya diversas personas turnándose.
Y eso es lo que estaba pasando. Sencilla y directamente, había alguien en que caminaba al borde de la delgada línea roja, y esas personas intentaban estirarlo tan fuertemente como podían hacia el lado de los vivos.
Fijé la vista la frente. Me negué a ver más. Me limité a seguir al coche de delante, pasar al lado de la moto tumbada en el suelo y dirigirme hacia el aparcamiento del centro comercial. Detrás de mi escuché un nuevo claxon. Esta vez, por lo que había visto, el sonido se clavó en mi mente como una espina sonora.
¿Te imaginas que lo último que escuchas en tu vida es el pito de un coche?
Fuente: Revista Circula Seguro

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