Posted: 08 Dec 2010 03:17 AM PST
El Periódico publicaba ayer las principales conclusiones del informe encargado por la Conselleria de Justícia de Cataluña sobre la eficacia de los cursos de reeducación vial para los conductores que han perdido los puntos, y lo cierto es que el núcleo de la noticia, en forma de titular, no me sorprendió:
La reeducación vial fracasa con los conductores castigados por ebriedad
Cuentan que el grueso de las penas impuestas por asuntos del tráfico tienen que ver con el alcohol y que buena parte de los conductores implicados no son bebedores ocasionales, sino que tienen en el alcohol un verdadero problema de salud. Recomiendo la lectura de la noticia, que enlazo al final.
Y, como digo, no es algo que me sorprenda y, de hecho, dudo que le sorprenda a ninguno de los lectores de Circula Seguro. Entonces, ¿por qué es noticia que la reeducación vial fracase con los conductores castigados por conducir superando las tasas de alcohol permitidas por la ley?
Recapitulemos. El alcohol es una droga psicodepresora que influye negativamente en el estado del conductor incluso cuando se bebe con moderación, incluso cuando la tasa de alcohol en sangre es baja, ya que el alcohol se distribuye por todo el cuerpo, afectando muy especialmente al cerebro y a la vista incluso en pequeñas dosis. Por eso, la única tasa de alcoholemia posible para una conducción segura es 0,0.
Hasta aquí estamos todos de acuerdo, supongo. Sin embargo, el hecho de que el alcohol es, también, una droga que genera adicción parece pasar de puntillas por todo el entramado que existe para retirar de la circulación a los conductores ebrios. Por ley, se trata de la misma manera a un conductor que bebe ocasionalmente que a aquel que tiene un problema de adicción al alcohol. El curso de reeducación vial ataca a la sensibilidad del conductor alcohólico con las mismas herramientas que se trata al conductor que fue sorprendido en una ocasión tras haber bebido y que ya en el momento de soplar se juró a sí mismo que nunca más volvería a beber cuando tuviera que conducir.
Esta diferencia es básica. Desde luego, con un mínimo sentido de la lógica en la mano ningún conductor debería beber antes de conducir, pero los hay que se sensibilizan por sí mismos en el momento del control policial y los hay que no pueden sensibilizarse porque tienen un problema de adicción a esa droga.
Ahí va una confesión personal que ya he comentado en alguna ocasión. Cuando me formaba para trabajar como profesor de formación vial, tuvimos durante unos días en las aulas anexas a las nuestras un curso de sensibilización y reeducación vial para conductores penados, muchos de ellos por problemas de alcohol al volante. En las pausas coincidíamos todos en el bar universitario. ¿Con qué diríais que acompañaban el bocata aquellos conductores penados? Bingo, no era agua del grifo. Algunos de ellos se tambaleaban ligeramente al caminar, tal y como hacen las personas que ya no necesitan beber para perder el sentido porque viven tremendamente alcoholizadas.
¿Les servía de algo el curso de sensibilización? Respuesta que obtuve por parte de todos mis formadores, sin excepción: “llegamos hasta donde podemos llegar”. Es decir, si intentas decirles a estas personas que no beban jamás, no te escucharán porque nadie acepta que otro les diga qué deben hacer. El problema radica en que conduzcan mientras están bebidos, así que debemos mostrarles las consecuencias de conducir bebido, y no tanto del alcohol en sí.
Ah, pero esa mecánica nunca tuvo en cuenta que la voluntad de la persona está mermada no ya por su hábito, que eso se trata con el curso con grandes resultados por lo general, sino por su enfermedad. Así clamé yo ante varios profesores que tuve e incluso ante el catedrático que dirigió mi formación. Nada de nada. “No hay que moralizar, hay que lograr que la misma persona realice el cambio”, me repetían con gran razón en los casos generales, pero ajenos al verdadero problema del alcohol al volante cuando la persona está alcoholizada. “Sí, es un problema – convenían conmigo –, pero desde aquí poco más podemos hacer”.
Y ahora leo que el Centro de Estudios Jurídicos de la Generalitat de Catalunya me da la razón:
Se debe tratar primero la dependencia del alcohol y después la seguridad vial.
¡Albricias! No andaba yo tan desencaminado, pues. O quizá el portavoz del Centro de Estudios Jurídicos y yo estamos igual de mal encaminados, que también puede ser.
Pero no culpo de nada a quienes impartían los cursos de sensibilización a quienes no están preparados para eso. Ellos no decidían que aquellos conductores penados fuesen a clase antes de curarse de su adicción. A aquellos conductores alcoholizados los condenó un juez en virtud de una ley, la del permiso por puntos, que siempre ha sido una chapuza legislativa.
En el mundo de la seguridad vial hay muchas cosas que caen por su propio peso. En clase, suelo decir que la seguridad vial es la ciencia de la obviedad, pero que hay que tomar conciencia de las obviedades para tenerlas presentes. El verdadero problema no ya del alcohol sino de la seguridad vial de nuestro país es que más de un responsable de la seguridad vial de nuestro país sigue ciego ante tanta obviedad.
FUENTE: Texto tomado de la Revista española Circula Seguro
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